Wednesday, May 21, 2008

Mejor escena

Ayer, para celebrar que tengo un disco duro nuevo lleno de películas bajadas de emule, he vuelto a ver la que considero a la mejor escena de la historia del cine.

Como se puede imaginar, mi escena favorita es parte de mi película también favorita, Profumo di Donna (Esencia de mujer), de Dino Risi, Italia, 1974.

Esta película es la base de la versión oscarizada Scent of a Woman, de los años 90 y con Al Pacino (“¡uh-ja!”), que todo el mundo ha visto y que a mí también me gusta... pero no tanto como la versión original. Un hermoso viaje por Italia: putas, curas y un ático con vistas a la bahía de Nápoles.

Las dos películas se parecen sólo en sus planteamientos: un joven acompaña a un ex militar ciego y tullido en un viaje a los placeres y a la muerte. El entorno (Italia en un caso, Nueva York en otro), el desarrollo del viaje y el final son muy distintos. Las metáforas sólo se parecen ligeramente. La película con Pacino es entretenida, pero sumamente superficial.

La escena transcurre al principio del viaje, tras un largo viaje en tren:

En un hotel de poca monta en Génova, Ciccio (el joven) despierta en medio de la noche y se da cuenta de que la luz de la habitación colindante, donde duerme el Capitán Fausto al que acompaña, está encendida. Ciccio penetra en la habitación del Capitán, probablemente con intención de apagar la luz... o simplemente curiosear. Lo hace despacio y con mucho cuidado, porque penetra por primera vez en la intimidad del rancio y casi insoportable Capitán que ahora duerme profundamente y al que Ciccio teme molestar. Un momento de gran intimidad: la de ver a alguien mientras duerme. El shock: el Capitán en silencio, duerme.

Ciccio se da cuenta (o me doy cuenta yo) de que a un ciego no le hace falta apagar la luz. Para Fausto no hay día o noche.

El Capitán se encuentra boca arriba, con las sábanas hasta el cuello. Sus pálpebras cerradas se contraen agitadamente: él sueña, o a lo mejor tiene una pesadilla —recordándonos que los invidentes sí pueden ver en sus sueños. Pero a veces lo que ven es horrible.

En la mesilla de noche reposa la mano postiza del tullido Capitán, una mano envuelta en un guante negro que parece hacer vulnerable a un hombre otrora impasible. El brazo separado del cuerpo es también una imagen bruta, muy visceral. Una prótesis es una metáfora casi siempre inexplicable.



Ciccio entonces aprovecha para hurgar en la maleta del Capitán, presa de una curiosidad infantil, quizás porque desee penetrar aún más hondo en la intimidad de un adulto al que no termina de comprender. Lo hace con todo el cuidado del mundo para no despertarle, porque en el fondo le teme y le admira. Dentro, encuentra a tres objetos ocultos bajo las bien planchadas camisas. Tres objetos para mí claves:

1) dos botellas del mejor whisky;
2) la foto de una hermosa mujer;
3) una pistola.

A Ciccio no le interesa el whisky (él aún es demasiado joven), pero se fija en la chica de la foto con cierta malicia. Creo que se siente identificado con el Capitán, o sorprendido por el descubrimiento de que perros viejos también aman. Cuando finalmente descubre la pistola, se asusta y la vuelve a esconder entre la ropa. Acojonado, Ciccio apaga la luz y vuelve a su habitación. A continuación, tiene una pesadilla: el Capitán Fausto, vestido en un traje blanco, entra en su habitación y le apunta la pistola a la cabeza. Fin de la escena.

Los 3 objetos encontrados en la maleta sintetizan de alguna manera la vida del hombre: placer, amor y muerte. Pero lo que hace que estos símbolos sean más grandes que la vida misma es el hecho de que se trate de un ciego. ¿Qué ve un ciego en una foto? ¿Y qué hace un ciego con una pistola con la que no puede apuntar, a no ser a sí mismo?

Lo extrapolo a mi vida. Es lo más cerca que he llegado al abismo de la existencia. Gracias Dino Risi.

Si pudiera pintar todo lo que veo y siento en esta escena, me sentiría más grande que Picasso, más grande que la Capilla Sixtina.

Ciao.

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